PRESUNCIÓN DE INOCENCIA
Esta película de Tobal responde a un subgénero dentro del
film de suspenso: las películas de juicio. Hay obras maestras en la historia de
cine a la que “Acusada” le hace su pequeño homenaje. Si recordamos Testigo de
Cargo (1957) de Billy Wilder debemos encontrar uno de los mejores ejemplos.
Tampoco debemos olvidar Doce Hombres en Pugna (del mismo año), Matar un
Ruiseñor (1962), Será Justicia (1982), Cuestión de Honor (1992), y tantas otras
donde el cine americano lleva una delantera absoluta aunque los italianos también
se lucieron con Sacco y Vanzetti de Giuliano Montaldo, los iraníes con La
Separación de Ashgar Farhadi, los
israelíes con El Divorcio de Viviane Ansalem y recientemente los franceses con Custodia
Compartida de Xavier Legrand.
El mayor logro de Tobal es hacer una película entretenida.
No es un mérito menor. El film se deja ver de principio hasta final aunque
claramente se sospecha cual va a ser el veredicto del tribunal desde el inicio
mismo de la película. Hay un argumento bien trabajado desde la cuestión del
género. Un episodio confuso durante el cual muere una joven en una fiesta
casera donde abundan el alcohol y las drogas que forma parte esencial del
misterio del relato. Pero la cuestión es que la muerte no es ni accidental ni
natural. La joven dueña de casa muere asesinada a cuchilladas. Lo cual
transforma a la película en un clásico ¿Who Done It?, o sea, ¿Quién lo hizo?
Hasta acá todo bien. Film prolijo, legible, que mantiene
bien el suspenso, con actuaciones correctas, los actores protagónicos
convencidos de sus papeles, pero que no agrega nada más que una experiencia a
un director debutante.
Aunque la película no tenga otras pretensiones que las de
proveer un buen entretenimiento al espectador y abrirle la puerta grande a su
protagonista principal, no obstante no podemos obviar que está colmada de los clichés
de siempre del cine argentino. La previsibilidad de los acontecimientos, la
pintura estereotipada de los personajes, la ambientación de los espacios, describen
un estilo de vida acomodado. La acusada del título, como todas las demás que
participan de la fiesta negra, es una chica de la alta sociedad argentina. La
descripción de esa clase responde a cada uno de los estereotipos que fija el
cine argentino, a la cual, por definición, la considera corrupta, ladrona, perezosa,
escandalosa, entregadora y cipaya, transformando involuntariamente a la
película en una crítica impiadosa y torpe, que al tirar por elevación, la hace
responsable de todos los males que afectan al país, un país destrozado de pies
a cabeza desde hace muchos años dándose el lujo de encabezar todos los rankings
negativos con que se mide a un país en el mundo.
Tal vez no ha sido la intención ni de los guionistas ni del
director hacer una semblanza sobre la Argentina. Sin embargo, lo más
interesante de la película resulta la visón que transmite de una sociedad
corrupta que alcanza a todos sus estamentos, donde la incapacidad para
determinar una responsabilidad es imposible, donde la labor de la justicia no
alcanza nunca sus objetivos, donde el crimen queda siempre impune, donde nadie
labura y la creación de riqueza brilla por su ausencia, donde la riqueza circula
de unos a otros pero no se reproduce, en la cual los nuevos ricos hacen plata a
costilla de lo demás sin generar riqueza alguna.
Es paradigmático en el film que el personaje de Sbaraglia,
el padre de la familia cuya hija es la acusada del título del film, es un niño
bien de la sociedad que ha formado una familia heredando todo lo que ni
siquiera ha hecho su padre sino sus abuelos. Y lo peor es que el juicio que se lleva contra
su hija, terminará dilapidando en manos de los abogados defensores toda una
fortuna donde la creación de riqueza brilla por su ausencia. Casa donde viven,
fin de semana y campos heredados solo servirán para pagar un juicio que posiblemente
nunca llegue a la verdad. Y es que la verdad ni la justicia importan. Solo
importa la absolución del personaje. El qué dirán, la mancha del apellido, la
situación traumática vivida por la adolescente parecen solo cuestiones
secundarias.
El mundo está lleno de buenas intenciones. La película
también. Lali Espósito se luce haciendo todos los mohines necesarios como para
que su actuación parezca realmente una actuación. Sbaraglia opera y cumple.
Inés Esteves pasa intrascendente con sus gestos de niña llorona. Los que salvan
sus papeles son sin duda Daniel Fanego como el abogado defensor, y Gerardo
Romano como el fiscal. Los rubros técnicos son sólidos. Tanto la fotografía
como la banda musical aportan tanto a los climas de la película como al
porvenir grisáceo que les espera a los protagonistas. En síntesis, una visión
deprimente de una corrupción que atraviesa desde lo más alto a lo más bajo, la
sociedad entera.
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