sábado, 29 de septiembre de 2018

UNA PASTELERIA EN TOKIO de Naomi Kawase


EL GUSTO DE LA VIDA

Naomi Kawase es una escritora y directora japonesa que forma parte de la nueva generación cinematográfica. No obstante ello, estéticamente Kawase está más cerca del cine de Jasujiro Ozu que el de Akira Kurosawa, y muy lejos de Kitano. Sus historias se concentran en la vida de sus personajes, sus conflictos más íntimos, sus necesidades de comunicarse con el otro. Forma parte de un cine de contemplación.

Su cine se conoció mundialmente en el Festival de Cannes de 1997, donde se adjudicó la Cámara de Oro, premio a la mejor opera prima por Suzaku, donde narra la historia de una familia en una villa devastada por la situación económica ante fallidos planes de reactivación económica por parte del gobierno. En 2007 el Festival la transformó en Gran Maestra al ganar la Palma de Oro (premio principal) por su película Nogari No Mori (El Bosque de Luto), una de las máximas expresiones de un cine contemplativo que a su vez es una meditación poética sobre la vejez, el dejarse ir y la muerte.

Una Pastelería en Tokio es su último film estrenado en argentina realizado en 2015 que responde a estas inquietudes estéticas pero a su vez resulta una película bisagra en su cine. Es un film mucho más abierto, donde la narración está por encima de la contemplación y deja fluir una de esas historias mínimas de gente común transformándose en un verdadero canto a la vida. El film describe los perfiles de tres soledades que buscan dar un sentido a sus vidas. Y ese sentido lo encuentran en la rutina diaria, en lo que cada uno hace, en el trabajo de cada día, en el amor y el buen trato que se dispensa hacia el otro.

Sentaró es un hombre solo. Tiene un puesto en una plaza de Tokio frente a una estación de tren donde vende café y panqueques para el desayuno. Sus clientes son mayormente alumnas de un colegio cercano. Wakana es una de ellas que no está muy interesada en su Colegio. Quiere trabajar y ayudar a Sentaró, pero un día aparece una anciana en busca de trabajo. Su nombre es Tokué. Su destreza es la jalea de frijoles. La suya es un verdadero manjar que hace cobrar sentido a los panqueques que vende Sentaró.  

La madurez de Sentaró percibe que con la venta de panqueques no alcanza para llegar a fin del mes. Tokué necesita trabajar para sentirse viva, útil a la sociedad, pero sobre todo es consciente que la vejez llega inexorablemente con sus pequeños achaques que tarde o temprano conducirán hacia la muerte. Wakana siente su primera atracción sobre un hombre. Son etapas de la vida. Tres generaciones que busca su lugar en el mundo. El film de Kawase es un canto a la vida pero a su vez es una extraordinaria parábola sobre la existencia del ser humano.

Con estos tres personajes, Noemí Kawase construye una historia que centra su virtud en el humanismo. El espectador percibe con facilidad lo que la directora narra. La soledad de las grandes ciudades. La falta de comunicación. Las apremiantes necesidades económicas. La juventud que busca abrirse un camino. La responsabilidad de la vida adulta. La vejez que inevitablemente llega.

Basada en la novela de Darian Sukegawa, Kawase pinta su aldea y consigue pintar el mundo. Esa pequeña plaza con su quiosco de venta de panqueques y sus tres personajes tratando de descifrar el sentido de sus vidas frente a una estación de trenes que pasan continuamente tiene alcance universal.
Es una síntesis de la vida. Así como los trenes pasan a gran velocidad también pasa la vida. Pero el film transcurre lentamente tal como los seres humanos sentimos pasa la vida.  Así como en Tokio, esta historia pudiera ocurrir en cualquier lugar. Es la vida que pasa, la lucha por la subsistencia, el goce de la felicidad, el sufrimiento de la enfermedad. Un pedacito de vida retratado en celuloide. Gran film de Noemí Kawase.

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