Poco de quietud tiene la nueva película de Pablo Trapero.
Muy cerca del melodrama de características familiares, y muy imbuido de un espíritu
revisionista de la historia argentina más reciente, me refiero concretamente a
los últimos 40 años, el consagrado director argentino de Mundo Grúa, Carancho, y
El Clan parece haber mojado su pólvora, pero sobretodo, haber perdido su rumbo.
Es lamentable como un director tan dotado para el cine, que
incluso comienza la película con un travelling de cámara a ras de piso que deja
admirado al espectador en su primera escena, comience a dar golpes bajos tratando
de contar una historia relacionada con hechos de alta corrupción sucedidos
durante la última dictadura militar.
La película desbarranca con una crítica grosera de la alta
sociedad argentina donde Trapero no deja títere con cabeza insinuando un
incesto entre hermanas con escena masturbatoria incluida, además de un entrecruzamiento
de amores entre cuñados, un matrimonio mal avenido de los padres, y un vergonzoso
hecho de corrupción del padre durante la dictadura militar que lo relaciona con
la apropiación de tierras de desaparecidos, además de un criminal desenchufe de
un respirador artificial que mantiene a un moribundo.
En verdad, la película tiene momentos cinematográficos notables,
en los cuales el director logra crescendos sostenidos que dan brío a la
narración que efectivamente se sostiene por sí misma, interesando no solo por
su factura cinematográfica sino por lo que plantea. Pero el efectismo del
director como guionista lo lleva a un desbarranco inevitable toda vez que el
espectador deschava las intenciones de una crítica social perimida por el
transcurso del tiempo, dando lugar a una pérdida de interés tanto de la
narración como de la película en sí misma.
Lo notable del caso es que Trapero es un director que
cuando eligió la veta del realismo consiguió realizar sus mejores películas. Ahora
trata de ir por la vía de la descripción social y equivoca el rumbo. La situación
social que plantea es inexistente. La sociedad que describe dejó de tener
vigencia hace más de 50 años atrás. Las acciones que relata la película transcurren
hoy en día, por lo tanto, responden más a un imaginario popular que a una real
situación social de la Argentina de nuestros días.
El personaje de Graciela Borges, por otra parte muy bien
actuado, no existe en esa realidad. Ya no quedan patriarcas ni matriarcas corruptos
como el que describe la película porque simplemente todos han muerto porque los
hechos que dan lugar a la historia han transcurrido ya hace 40 años. Las
herencias se han dividido. Las familias aristocráticas han desaparecido. Los
militares están todos encarcelados y ninguno de ellos ha podido mantener siquiera
un buen pasar. Los nuevos millonarios de la Argentina no son los nobles de la
alta sociedad sino los políticos corruptos, algunos empresarios, sindicalistas y
deportistas exitosos. El exitoso ha reemplazado al aristócrata.
La tergiversación de la verdad, la insistencia en el mito
pasado, no conducen a ningún lado. Bien podría haber apuntado Trapero a la
corruptela actual para darle un viso de credibilidad a esta historia que sin propósitos
revisionistas hubiera ganado en humanismo, transformando el intento de sátira
social en un buen drama sobre la corrupción que estamos viviendo.
Bien Charly......lo más lapidario que he leído sobre LA QUIEtUD....y no te falta razón. Saludos.DUFO
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