PASADO Y FUTURO
Thomas es pastelero en Berlín y mantiene una relación
homosexual con Oren, un ejecutivo de una empresa israelí que viaja
constantemente a aquella ciudad. Sorpresivamente, Oren fallece en una accidente
en Jerusalén. Thomas se siente atraído por el misterio de esa muerte y viaja
hacia aquel lugar en busca de respuestas.
Con un guión construido minuciosamente con una precisión
casi hithcockiana que bien podríamos decir que hace recordar muy libremente a
La Sospecha, aquel extraordinario film del maestro que data de 1941,
protagonizada por Cary Grant y Joan Fontaine, el israelí Ofir Raúl Grazier
escribe un guión notable que desde el comienzo mismo de la
estadia de Thomas en Jerusalén establece una incógnita que interroga sobre qué
ha pasado con aquellos prejuicios sobre el ser alemán y el nazismo.
La respuesta es simple. El film habla de otra cosa, y está regido
por un profundo humanismo. Thomas está elaborando un duelo y necesita
compartirlo con alguien, pero también se siente atraído por la curiosidad de
saber algo más sobre quien fue su amante y por eso, comenzará a trabajar en el
bar kosher de la viuda de Oren. Es entonces
cuando esas dos personas comenzarán a compartir silenciosamente un duelo. En esa
convivencia concentrada en la atención del bar, la ex esposa y el ex amante,
entablarán una simbiosis que irá más allá de la de patrón / empleado dando lugar
a mutuas sospechas que irán tornando en apasionante una trama que elige a la
rutina diaria como su medio de desarrollo.
Opera prima de Grazier, un graduado del Sapir College de
Sderot, estamos ante un largometraje notable y arriesgado, que genera mucho interés
en su visión. Su debut es muy auspicioso porque su film resulta de una madurez
infrecuente en una ópera prima. Mantiene un interés permanente en su obra que describe
sentimientos amorosos y de soledad con gran precisión, a la vez que va trabaja
un suspenso creciente sobre los caminos que van tomando sus protagonistas
manteniendo al film entre el drama y la comedia costumbrista sin perder nunca
el equilibrio del relato.
Pero lo logros no terminan allí. Grazier habla también de
una relación homosexual entre un alemán y un judío. Habla con libertad de un alemán
que viaja a Jerusalén, una ciudad dividida por las religiones, en busca de
respuestas. Sus personajes están moviéndose siempre hacia el futuro. En El Pastelero
de Berlín el pasado pareciera ser cosa absolutamente superada y solo el mantenimiento
de tradiciones como la comida kosher parecen tener sentido para personas como
el hermano de Anat, que hace denodados esfuerzos por mantener el carácter religioso
del bar de su hermana, mostrando paradójicamente, una personalidad con rasgos
de cierta intolerancia.
En el final, así como Oren se trasladaba periódicamente para
ir a la oficina alemana de su multinacional en Jerusalén, será ahora otro de
los personajes el que se traslada a aquel país en busca de respuesta. Lo
notable del caso es que tales repuestas están relacionadas con un pasado
inmediato y no con un pasado histórico como el del holocausto. En este sentido,
el film muestra una actitud totalmente proactiva hacia la superación de las
diferencias y los prejuicios que durante muchos años hicieron que el retorno a
su país de un judío alemán fuera poco menos que imposible.
Ya hace unos meses Juan José Sola estrenaba El Último Traje,
donde su personaje volvía en busca de su pasado interrumpido violentamente por
la guerra, y sobre todo en busca de sus raíces.Hacia el final, ocurre algo parecido. La protagonista, no duda en viajar hacia
aquel país en busca de las respuestas que necesita. Todo esto habla de una apertura muy amplia del
cine israelí, del interés de sus temáticas, de su falta de prejuicios para
encarar temas urticantes.
Película muy recomendable, muy actual e interesante, no hace
otra cosa que confirmar el excelente momento que atraviesa la cinematografía israelí,
de la que no solo da cuentas el cine sino también la televisión a través de las
notables series y miniseries que se han podido ver a lo largo de estos últimos
años.
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